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Me encantó. Desde el segundo que llegué hasta el segundo que me fui me sentí como en mi casa. Me trataron en cada momento como si fuera alguien de la familia, con calidez y naturalidad, sin fingir. Sólo están Rolando, el dueño, y la encargada, y son dos amores de personas. Siempre me llamaron por mi nombre o apodo. Rolando mismo te sirve el desayuno, que es súper abundante y rico, y siempre te ofrece algo más. Las mejores medialunas que comí, y eso que no soy una persona medialunera pero acá sí lo fui. Te dan llave y tenés entrada aparte de la recepción, lo que te da una independencia espectacular para ir y venir. El lugar es precioso y el desayunador es muy cálido. La posada está cerca de TODO pero a la vez no escuchás ni un ruido salvo los pájaros. El jardín es una paz.

Ariadna Meler

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